Trasladando en la mano derecha una caja llena de recuerdos y en la izquierda un saco de arroz, utilizados como equipaje para llevar sueños y esperanzas por cumplir, María Rosmery Vargas Alayo (17), decide emprender un largo y anhelado viaje a Trujillo - La Libertad, en busca de una ciudad con oportunidades que en su querido Bandurria - Quiruvilca (sierra liberteña) no pudo encontrar.
El país ha experimentado un desplazamiento masivo desde el campo hacia la urbe en las décadas cincuenta, sesenta y setenta, durante los últimos 20 años un creciente número de campesinos provenientes de la sierra peruana practican lo que se puede llamar migración circular. Esto se manifiesta en un giro constante entre el pueblo de origen y la ciudad con el fin de aprovechar las oportunidades económicas que ofrecen ambos mundos.
Vargas, en el 2004, a sus 13 años de edad sufre la pérdida de su madre a causa de una hemorragia que no pudo ser tratada a tiempo por culpa de la gran distancia que existe entre Quiruvilca y Bandurria, quedando su padre a cargo de 8 hijos y siendo ella y sus hermanos mayores los que apoyen a su progenitor en el trabajo de campo; “le ayudaba a botar piedras, a sembrar, a cosechar papa, oca, olluco, y yo también criaba animales como ovejas, carneros, vacas y mulas.” Comenta Vargas.
“Quería trabajar por eso vine, además acá se gana más plata y es un ambiente diferente en todo, en la comida, en las casas, en la personalidad y el clima de allá a diferencia del de aquí es más frío, cae lluvia, granizo y nieve” explica Vargas cuyos ojos expresan añoranza.
Las principales dificultades que obligan a un gran número de personas (en su mayoría jóvenes) proveniente de la sierra del país a emigrar a las ciudades grandes son diversos, la pobreza, la falta de empleo, el machismo del hombre campesino y la necesidad de una buena educación, son los que los impulsan a dejar atrás el lugar que los vio nacer y crecer, y a su familia.
“Estudie hasta los 11 años en bandurria, pero no pude continuar con mis estudios secundarios por falta de tiempo y dinero, ya que mi padre no me quería seguir apoyando, pero ahora estoy estudiando en un instituto de costura que es lo que me gusta.” Expresa Rosmery; con una sonrisa en el rostro.
Como todas las cosas en la vida no todo es color de rosa, la otra cara de la moneda también se hace presente ya que al abandonar todo lo que conocen para afrontar lo desconocido en una ciudad ajena no suele ser del todo satisfactorio, no siempre llegan a obtener lo que buscan y sus trabajos llegan a ser poco lucrativos donde los emigrantes pasan condiciones poco deseables y hasta míseras, siendo incluso muchos de nosotros los personajes antagónicos de estas historias de la vida diaria.
Las injusticias a las cuales están expuestas estas personas son muchas veces las causantes de climas depresivos que se pueden convertir problemas de baja autoestima, introversión, e incluso llegar a sentir ideas de autoeliminación.
“Me toco trabajar en un hogar con personas malas, los señores no me daban de comer, y cuando se iban me dejaban encerrada, también me obligaban a trabajar hasta las 9 de la noche sin descanso y en una ocasión me quede de corrido hasta la 1 de la mañana todo para recibir solo 200 soles al mes, por eso solo dure una semana en esa casa.” Dice Vargas, demostrando resentimiento en sus palabras.
Vargas nos comenta que muchas veces se siente más que sola pero sin embargo tiene que ser fuerte y seguir trabajando para poder apoyar a sus hermanos, en especial a la menor de todos con solo 5 años sufrió la pérdida de su madre y la separación de su figura materna en la que se convirtió su hermana Rosmery.
Estos movimientos demográficos causan un contacto constante entre el campo y la urbe y que por lo tanto, el concepto de lo andino, ya no debe ser tomado como un mundo rural y aislado del mundo criollo sino más bien unificarse para desarrollarnos solida y conjuntamente entre sí.